El Jardín de las Esculturas comienza su programa de exposiciones temporales de este 2024 con las exposiciones Yo soy el río, escultura de Renata Cassiano, y Recurrencias y alternancias, muestra colectiva de académicos del Instituto de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana. La inauguración de ambas exhibiciones se llevó a cabo el sábado 16 de marzo a las 12:00 horas, en las salas del recinto más verde de la SECVER.
En la galería central del JEX se presenta Yo soy el río, de marzo a junio. Tomando prestada un linea de Borges de su «Nueva refutación del tiempo»: “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río”.
Esta serie de esculturas meditan sobre el tiempo, la memoria y los objetos que sobreviven a estos procesos. Para Renata Cassiano, las obras son testigos de la sucesión de hechos que les dieron la vida, llevan en ellas cicatrices, curvas y planos que delatan su historia. Técnica y formalmente, está interesada en entender y aprender los diversos lenguajes de cada material, estableciendo una colaboración con ellos, su herramienta para crear mundos. Esta búsqueda la llevó a experimentar con la cerámica, y cuestionarse el papel que los esmaltes tienen en el proceso; ¿qué pasa si el esmalte, en lugar de ser color, textura y acabado, se convierte en la estructura de la pieza? El material se transforma y se descubren otras posibilidades. Esta exposición se realiza en vinculación con la galería Banda Municipal, espacio cultural de la CDMX.
Originaria de la Ciudad de México, Renata Cassiano es egresada de la Universidad Veracruzana, especialista en cerámica por la Universidad de Massachusetts. Ha participado en exposiciones individuales y colectivas en México, Inglaterra, Estados Unidos, Dinamarca, Australia, Bélgica, Estonia, Japón, y China, entre otros países. Asimismo, su obra forma parte de colecciones en Alemania, Taiwán, Letonia y Dinamarca. Ha colaborado en talleres de artistas como Nina Hole y Gustavo Pérez, y actualmente trabaja entre Springdale, Arkansas y Coatepec.
[el esmalte como verbo]
En el principio fue el tacto. Moldear con las manos el barro, apartarlo hasta secar. Acaso lijarlo antes de hornear: dejar pasar el calor y esperar su cocción. Sacar las piezas, pigmentar, esmaltar y volver a quemar. La artista Renata Cassiano interrumpe la linealidad clásica de la producción cerámica para reencantarla.
Tal acontecimiento parte de un interés en los objetos desde una escópica arqueológica: las piezas son tanto sobrevivientes como testigos del paso de una temporalidad en la que círculos se abren y se cierran constantemente. “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”, escribió Jorge Luis Borges en Nueva refutación del tiempo (1952), un texto importante, pues acompaña el proceso de reorganización de la técnica en esta exposición.
Para Cassiano los cuerpos cerámicos tienen una relación estrecha no sólo con la arqueología y el tiempo circular, sino con el lenguaje. “La forma en que nombramos a un cuerpo lo afecta”, dice. Para ella la tierra—el barro—ha fungido como el verbo que se adjetiva con el esmalte. En su exploración, interrumpe el ciclo para sobreponer un círculo en el que el esmalte se vuelve el verbo: la matriz de la pieza. Para ello utiliza moldes que llena directamente con esmalte. Una vez cocido, su consistencia es de piedra: materialidad que la ha llevado a echar mano de herramientas escultóricas a partir de las cuales establece una conversación y colaboración lúdica de la cual resulta la forma.
El esmalte como verbo es tierra y vidrio a la vez. Lo uno y lo otro, sin dialéctica. “El tiempo es como un círculo que girara infinitamente: el arco que desciende es el pasado, el que asciende es el porvenir; arriba, hay un punto indivisible que toca la tangente y es el ahora”, continúa Borges. En la pieza vemos el tiempo del esmalte y la quema, del vidrio y la forma, todo sucediendo en este ahora que nos convoca.
Un aquí del encuentro, del deambular entre los bloques de materia que fungen como monolitos, umbrales, proposopeyas, altares y también como espacios para habitar, empezando por ser casa de sí mismos: de su propia materialidad. En ellos encontramos tres motivos que se repiten. Primero, el marcador del juego de pelota —actividad que se practica por los pueblos precolombinos desde el 1400 a.C., un toroide que deja pasar y que, como el fuego en Borges, dinamiza el movimiento constante—. Luego el ojo, membrana perceptiva que pendula incesante entre lo uno y lo múltiple. Finalmente, el cuchillo, filo que corta el tiempo para que el siguiente círculo se superponga antes de que sucumbamos de nuevo a la idea de sucesión lineal.
Sandra Sánchez