El recinto más verde del Instituto Veracruzano ha consolidado un guion curatorial para la selección de sus exhibiciones temporales desde 2019 proponiendo el trabajo de artistas que orientan su trabajo a la agenda de conservación ambiental; cuya obra vincula arte, ciencia y naturaleza; y propuestas de tridimensionales en diferentes medios.
Iniciando la programación anual de exposiciones, el Jardín de las Esculturas presenta la exposición Bombyx mori: Microtejidos de Siglinde Langholz.
Esta muestra está conformada por obras creadas a partir materiales que van desde el acero, plata, cobre y latón hasta la seda, madera e incluso especímenes vivos de gusanos de seda (Bombyx mori); las cuales son el resultado de exploraciones de procesos interdisciplinarios y dinámicos que abarcan varias áreas conocimiento como la arquitectura de insectos, la física, la biología, la filosofía, el arte sonoro y los medios alternativos. En palabras de la artista, este proyecto pretende que los gusanos sean colaboradores multimedia de forma transversal y colectiva, creando así técnicas diversas y sistemas sensoriales que a menudo toman forma de escultura, instalación o algo que se puede poner. Lo anterior, enfatizando en discursos y perspectivas no humanas; y a la vez examinando varias estrategias performativas posthumanas. Este diálogo descentralizado permite llamar nuestra atención hacia procesos que ya no pueden describirse en parámetros puramente antropocéntricos.
Siglinde Langholz, es una artista interdisciplinaria, y una practicante de investigación – creación. Su práctica e investigación entrelaza procesos relacionales y filosóficos dentro de diferentes medios como el textil, la escultura, la instalación, ciencia – arte. Langholz cursó la Licenciatura en Artes Plásticas por la Universidad de las Américas Puebla, México, tiene una Maestría (MFA) en Intermedia y un Doctorado en Estudios Interdisciplinarios por la Universidad de Maine, Estados Unidos.
Bombyx Mori: Micro tejidos
-una lección de arte contemporáneo más allá de la caja de Petri-
Con una gesta voluntariamente provocadora, Marcel Duchamp emprendió, en las primeras décadas del siglo XX, el reordenamiento de la escena artística occidental al permitir, por ejemplo, la convivencia entre objetos antes recluidos tras las barreras de las categorías del arte o del diseño, los cuales se pensaba que muy difícilmente pudiesen volver a recobrar su libertad estética más allá de la función primaria que les había sido asignada en algún momento de la historia. Sin embargo, a más de un siglo de aquel paradigmático parteaguas, no cabe duda que la idea duchampiana según la cual hacer arte es mostrar un objeto como arte, ha seguido recorriendo amplios y frondosos caminos e inspirando a más y más generaciones de artistas que han sabido aprovechar el régimen de libertad de producción estética que caracteriza en gran parte nuestra cultura occidental contemporánea, apostando por el hecho que, si bien arte no puede cambiar del todo este mundo, por lo menos, sí lo puede hacer lucir mejor. De ahí que arte, en lugar de limitarse únicamente a la tradicional presentación de objetos buenos para la contemplación, se ha ido desplazando a innovadores ámbitos cuya principal característica ha sido fungir como generadores -a menudo con la tácita complicidad de específicos recursos científicos o tecnológicos- de complejas constelaciones de afectos y conocimientos. Así se entiende, y disfruta, la lección de arte contemporáneo ideada por Siglinde Langholz y presentada como: Bombyx mori: Microtejidos.
Pero, a la par de esta progresiva des y reterritorialización de lo que pueden llegar a ser los procesos de emplazamiento de arte, sus objetivos se han ido modificando poco a poco. Dicho en otros términos: si bien durante un extenso periodo, arte tuvo como misión específica representar o simbolizar tanto lo que el ser humano percibía del mundo exterior como lo que pensaba que lo esperaba en un determinado más allá, ahora trata de hacer visibles y aprehensibles realidades que, de manera general, se habían pasado por alto o no se habían todavía tomado en cuenta por ser, a priori, insospechadas o inalcanzables
Cabe recordar que, desde finales del siglo XVI, con la genial invención del microscopio óptico por el holandés Zacharias Janssen, no han faltado los investigadores, intelectuales y curiosos de todo tipo que han buscado la manera de ampliar y, de paso, re estructurar y re pensar la objetivación del mundo y sus múltiples componentes, una preocupación que ha detonado desde hace algunas décadas en la problemática de la re cartografía de las fronteras ontológicas: ¿es el binomio humano – no humano verdaderamente esencial para aprehender y comprender el mundo? Al ser negativa la respuesta: ¿qué impacto puede tener el desecharlo y emprender un nuevo ejercicio de taxonomía ontológica? Entonces: ¿se pueden establecer continuidades entre humanos y no humanos tratados según un régimen de sociabilidad idéntica?
Definitivamente, son a estas preguntas y otras más que el proyecto Bombyx Mori: Micro tejidos de Siglinde Langholz pretende responder a su manera. No nos sorprendemos entonces de encontrar al lado de fotografías y dibujos, una pieza sonora con autoría de gusanos vivos. Más allá de la oposición entre arte y ciencia, humano y no humano, naturaleza y cultura, realidades otras, vueltas ahora posibles gracias a esquemas más generosos de aprehensión y comprensión del mundo, se ofrecen a nuestras sensibilidades. Enhorabuena: el mundo real, así como los seres de la naturaleza, aquellos que se pensaban carentes de propiedades antropocéntricas, se han vuelto objetos legítimos de la práctica artística respetuosa y, por ende, de la actitud estética.
Muchas gracias, Siglinde, por esta lección de arte contemporáneo.
Laurence Le Bouhellec
Cholula, diciembre 2022
#CulturayNatura son una gran combinación