El Instituto Veracruzano de la Cultura, a través del Jardín de las Esculturas de Xalapa, inaugura la muestra Postergar el fin, de la artista Yessica Díaz, el sábado 6 de agosto en la galería central del recinto.
Durante el confinamiento que surge en 2020, y partiendo del descubrimiento de la belleza de una col morada en sus compras, Yessica adquirió esta planta comestible, la llevó a su casa para suspenderla y dibujarla todos los días a la misma hora durante dos semanas, haciendo una suerte de registro pictórico de su descomposición natural. La experimentación con este material continuó y se complementó con la lana, teniendo como resultado 14 piezas que representaron analogías propias a las condiciones de vida durante el confinamiento: tiempo, soledad, introspección, hacían del tejer una actividad más que propicia.
Yessica Díaz es maestra en Artes por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México. En 2018 participó en el diplomado ¿Cómo encender un fósforo? Danza, coreografía y performance en Ciudad de México. Ha participado en diversos proyectos colectivos e individuales; internacionales en ciudades como Sao Paulo, Madrid, Medellín, Nueva York, Massachussets; y en México, en ciudades como Tijuana, Guanajuato, Hidalgo, Mexicali, Tapachula, Mérida, Aguascalientes y Toluca. En su obra, abordo la comida como detonante de afectos y espacio de intercambios y, sus implicaciones como pensamiento, fenómeno, sensación, dispositivo y otras tantas que se construyan en la búsqueda y los encuentros. A través de distintos medios, el que se adecue a cómo se quiere reaccionar. En palabras de la artista: “Me interesa producir condiciones y contextos indeterminados para llevarlos de lo público a lo privado o viceversa, a partir de experiencias con la gente y del contexto que habitamos a partir de la comida”.
Variaciones sobre el tejido
Dice Borges: “La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes…” y pienso que la unidad mínima del espacio que conforma al libro de arena bien podría ser un punto de tejido o de bordado. Ese movimiento que, como el de la escritura, requiere de un instrumento que se toma con una mano, sea la diestra o la siniestra, y produce una trama que se extiende a lo largo de un cuerpo, el cuerpo propio o el textual, según sea el caso. Una toma el estambre que es como una semilla porque es la promesa de un bosque; su aparente modestia es potencia, seguramente por eso es que todo lo redondo es posibilidad en sí mismo: un huevo, una semilla, un vientre, un capullo, una madeja de estambre.
La trama que produce un gancho o un par de agujas o un telar no crean un discurso portador de significados que pueden descifrarse. ¿Quién es el lector del tejido?, ¿cómo se lee un tejido?, ¿hay una semántica del tejido?, ¿hay una hermenéutica del tejido?. Seguramente si Borges hubiera encontrado en una de sus muchas enciclopedias un patrón de tejido habría imaginado en esos trazos entreverados un código antiquísimo capaz de multiplicar al infinito los sentidos de cada marca/palabra. Porque los patrones de tejido abundan, circulan entre las tejedoras, se interpretan y reinterpertan, se desvían, se reproducen en versiones más complejas, obedecen a fórmulas para aumentar o empequeñecer un tejido (como Alicia con aquel pastelito y aquella botellita). Si bien los patrones son modelos cuya precisión intimida por tratarse de un código misterioso que describe el tamaño, peso y volumen que el tejido ocupará, los instrumentos necesarios para cada forma de tejido, la posición que el cuerpo irá adoptando con el paso de las repeticiones, las sumas y restas que deben aplicarse; los patrones también son propuestas de desobediencia, muestran una camino que cada persona va tejiendo por sí misma, son formas de desvío que exceden el orden del esquema que propone el patrón.
Tal vez por eso la literatura está plagada de términos relativos a las labores del bordado y del tejido, como bien apunta Irene Vallejo, se toma una hebra, como aquello que deformado, torcido, anudado, permanece en la manta, la chambrita y la mortaja, como el hilo de la historia persiste; hay tramas, entreveramientos, caminos que se cruzan, temporalidades que se superponen, espacios (exteriores, interiores, imaginarios, mitológicos) que coexisten pues mientras se teje se recuerda, se conversa, se critica, se miente en conjunto en soledad. El nudo de la historia como aquellos nudos que el estambre va construyendo para sostener el tejido y que aportan la textura que acariciamos cada tanto como para recordar que hemos avanzado en la labor, así en la escritura vamos anudando memorias, intenciones y palabras. La escritura emula al tejido a veces sin alcanzar del todo su capacidad poética, su poder de atracción, su edad o la forma en que materialmente nos cubre del frío. Entonces, reunirse en torno a la labor mientras se recuerdan los mejores o peores tiempos o se comparte una receta heredada, elegir el gancho o la agujas más querida, buscar cómo interpretar una indicación de un patrón, destejer más de una vez, acariciar el trabajo hecho, erguir la espalda, reír a carcajadas, guardar silencio, suspender el pensamiento para centrarse en la repetición y cubrirse al fin con lo que se ha tejido es esa forma de lectura a la que aspira y emula la escritura.
Rocío Aguirre
Visita la exposición de martes a domingo de 10:00 a 19:00 h. En la galería central del JEX. Entrada libre.
#CulturayNatura son una gran combinación.